En el vasto y enigmático tapiz de la cosmogénesis,
la intrincada red de control ejercida por entidades arcontes y anunnaki sobre
la civilización y la conciencia espiritual del Homo sapiens se revela como un
vórtice holofractal y cuántico, nodalmente matriciado desde los albores de una
guerra intergaláctica ancestral hasta la beligerancia aparente que persiste en
el presente.
Esta narrativa se despliega desde un inicio que se
remonta a eones, hace más de seiscientos mil millones de años, cuando una
guerra intergaláctica entre la Galaxia Arconte y las constelaciones de Vega y
Lira desató repercusiones que trascenderían las dimensiones y el tiempo. Este
conflicto primordial, nacido de la competencia por la energía anímica humana y
profundas diferencias ideológicas, culminó en la devastación de Tiamat, un
mundo crucial en nuestro propio sistema solar, hace unos quinientos millones de
años, por la influencia de Nibiru. Este cataclismo cósmico alteró el equilibrio
del sistema solar, sentando las bases para una interacción compleja y belicosa
con la naciente vida terrestre.
En este Campo Interdimensional, conocido como Angal,
se estableció un terreno de juego y aprendizaje para la humanidad. Aquí, los
Anunnaki, seres de una avanzada civilización extragaláctica, llegaron a la
Tierra hace aproximadamente cuatrocientos mil años con la intención de
manipular genéticamente a los humanos primordiales. Su propósito era crear una
especie servicial que les proveyera de recursos, especialmente energía anímica,
ejerciendo un control profundo sobre su desarrollo y evolución. Esta manipulación
llevó a la creación del Homo sapiens, una especie dotada de una herencia
genética compleja, que incluía la impronta de desequilibrios internos y
tendencias agresivas heredadas de sus creadores.
Paralelamente, los Arcontes emergieron como una raza
que, desde las sombras, guía y manipula a la humanidad en su camino,
entrelazando su destino con el de los Anunnaki en una lucha por el dominio que
se ha manifestado a lo largo de los últimos trescientos mil años. Esta
interacción, una danza constante de conflictos y alianzas, ha moldeado la
historia humana, convirtiendo a la Tierra en un campo de batalla para
influencias cósmicas.
Sin embargo, en este intrincado entramado de
control, la presencia de razas benevolentes como los Pleyadianos y los Kadistu,
"Diseñadores de Vida" que buscan la unificación de las especies, ha
ofrecido una luz de esperanza. Su intervención ha impulsado a la humanidad
hacia un camino de evolución espiritual y autoconciencia, promoviendo el
equilibrio y el conocimiento. La combinación de la tecnología Kadistu y la
experiencia Anunnaki, a pesar de las intenciones iniciales de control, permitió
el florecimiento de asentamientos clave como Harzard y Göbekli Tepe, sentando
las bases para el desarrollo de civilizaciones complejas.
La historia humana, vista a través de lentes
escatológicos y akáshicos, revela una búsqueda constante de autonomía y un
destino que trasciende la manipulación. Aunque creados para servir, la esencia
misma del Homo sapiens lleva la impronta de la Fuente Original, impulsándolos a
buscar su propio camino. Los sucesos significativos en la evolución, como la
aparición de la conciencia y el desarrollo de la cultura, no solo son el
resultado de la evolución biológica y la intervención externa, sino también de
un plan divino más amplio que busca el desarrollo espiritual.
En última instancia, la confrontación por la
civilización del Homo sapiens es una manifestación de una lucha cósmica mayor.
La caída del dominio Anunnaki, simbolizada por la destrucción de su espaciopuerto
en el Sinaí, marca el inicio de una nueva era. La humanidad se encuentra en un
umbral crucial, donde la comprensión de esta intrincada cosmogénesis, desde la
guerra ancestral de la Galaxia Arconte hasta la aparente beligerancia actual
por el control, es esencial para trascender las divisiones y los conflictos
interdimensionales. Es un llamado a la unidad, a la paz intergaláctica y a la
plena realización del potencial humano en este vórtice holofractal de
existencia.
El
Telar Cósmico del Control: Una Narrativa Arcontes-Anunnaki sobre la Conciencia
y Civilización del Homo Sapiens
Desde los albores de nuestra existencia, una
influencia velada ha tejido el destino de la humanidad, guiando —o desviando—
su sendero evolutivo. Esta fuerza, concebida en diversas tradiciones como
Arcontes o Anunnaki, se ha manifestado como arquitectos ocultos de la realidad,
manipulando la materia, las emociones y las estructuras sociales con una
precisión que trasciende la comprensión terrenal. Su presencia se revela en los
ciclos recurrentes de conflicto, en la gestación de civilizaciones y en la
intrincada danza de creencias que da forma a la conciencia espiritual humana.
La esencia de esta intervención radica en una
manipulación sutil de la realidad material. Se percibe cómo estas entidades se
nutren de la energía generada por el miedo y la división, no creando
directamente los problemas, sino amplificando las disonancias naturales hasta
convertirlas en ciclos viciosos de perpetua contienda. Las naciones, en este
gran escenario geopolítico, parecen operar como extensiones de una voluntad
invisible, con figuras como Israel, Estados Unidos e Irán asumiendo roles
predestinados en un sistema de control que mantiene una tensión constante. Esta
perpetuidad del conflicto no es aleatoria; es una herramienta calculada para
justificar estados de emergencia permanentes, permitiendo que agendas ocultas
se desplieguen bajo el velo de la seguridad y la democracia. La matriz
geopolítica global se configura como un sistema demiúrgico fundamentado en la
creación de dualidades artificiales, el establecimiento de jerarquías parasitarias
que drenan recursos y la meticulosa gestión de conflictos para canalizar la
energía colectiva.
En el corazón de esta estrategia de control se
encuentra la dialéctica, una herramienta poderosa de manipulación social.
Operando a través de una tesis preexistente, la creación o amplificación de una
antítesis —un problema o crisis— genera una reacción que culmina en una
síntesis predefinida. Esta "solución", aparentemente resolutiva,
invariablemente consolida más poder en manos de los manipuladores. Este patrón
se observa en la Revolución Iraní de 1979, donde la tesis del régimen del Shah
fue confrontada por la amplificación de contradicciones sociales y el ascenso
de una figura religiosa, culminando en la República Islámica, un
"enemigo" conveniente que justificó expansiones militares y
sanciones. De manera similar, la génesis de Israel y la tragedia palestina
emergieron de una tesis regional, una antítesis de antisemitismo y nacionalismo
exacerbado, y una síntesis que creó un conflicto insoluble, asegurando una
intervención externa constante. Incluso eventos cataclísmicos como el 11 de
Septiembre de 2001 pueden ser interpretados como la culminación de este
proceso, donde la antítesis de un trauma masivo condujo a una "guerra
global contra el terror", expandiendo el aparato de seguridad y
erosionando las libertades individuales.
La huella de estas entidades se extiende a través de
símbolos akáshicos y sincronicidades que se manifiestan en nuestra realidad
física. La arquitectura monumental, como el diseño masónico de Washington D.C.,
parece concebida para canalizar energías telúricas. Los símbolos nacionales,
como la Estrella de David de Israel, que representa la unión de planos
superiores e inferiores, o la menorá de siete brazos, aludiendo a los siete
cielos que aprisionan el alma, revelan capas de significado oculto. Incluso la
caligrafía en la bandera de Irán, repetida 22 veces, parece resonar con los 22
caminos del árbol de la vida cabalístico, sugiriendo una polaridad
complementaria entre naciones aparentemente antagónicas. La numerología en
eventos históricos cruciales, como el 11 de septiembre, o la fecha de la
Revolución Iraní y la caída del Muro de Berlín, todas con la recurrencia del
número 11 o sus permutaciones, sugieren una coreografía predestinada de
momentos de transición y vulnerabilidad máxima.
Las religiones abrahámicas —judaísmo, cristianismo e
islamismo— se erigen como instrumentos sofisticados para canalizar la energía
espiritual humana. Compartiendo una estructura fundamental de un Dios
trascendente, textos sagrados que validan la violencia divina y promesas
condicionales de salvación, estas creencias canalizan una inmensa devoción.
Jerusalén, en particular, emerge como el epicentro de esta operación global, un
punto geográfico de una concentración energética sin igual, donde miles de
millones de almas proyectan una intensa devoción. Las profecías
autorrealizables, que entrelazan las expectativas escatológicas de estas tres
tradiciones en Jerusalén y en la era actual, magnifican cualquier evento menor
hasta conferirle una potencial resonancia apocalíptica.
Desde una perspectiva cosmogónica, la intervención
de los Anunnaki en la evolución y la sociedad humana se remonta a la creación
de los "Trabajadores Primitivos" mediante manipulación genética, una
base genésica para la civilización. Estos seres establecieron asentamientos,
otorgaron la realeza e incluso, en un acto de control, confundieron las lenguas
de la humanidad para frustrar una unión que podría haber desafiado su
hegemonía. Esta constante implicación en guerras y cambios de poder refleja una
agenda de control sobre el desarrollo humano.
Los puntos geográficos se convierten en nodos
estratégicos de esta influencia. Tras el Diluvio, un centro de control fue
establecido en el Monte Moria, la futura Jerusalén, y la península del Sinaí
fue designada para un nuevo espacio-puerto. Las pirámides de Gizeh, construidas
en coordenadas específicas y alineaciones celestes, funcionan como parte de una
"rejilla de aterrizaje" que denota una infraestructura de control
planetario. La destrucción del Espaciopuerto del Sinaí con armas nucleares,
resultado de pugnas internas entre facciones Anunnaki, y la subsiguiente
devastación de Sumer, demuestran la magnitud de su intervención directa en
conflictos a gran escala con consecuencias catastróficas para la humanidad.
La historia de la humanidad, en esta visión, se
despliega a través de ciclos de catástrofes y transformación. Desde periodos
glaciales hasta el Diluvio y la nube radiactiva que asoló Sumer, estos eventos
son seguidos por la reconstrucción y la emergencia de nuevas estructuras
civilizatorias. Estos patrones cíclicos de destrucción y reinvención refuerzan
la idea de una manipulación continua que altera el curso de la humanidad bajo
una influencia externa.
En última instancia, la convergencia de las
narrativas arconte y anunnaki revela una intervención interdimensional profunda
en la historia y la geopolítica terrestre. A través de estrategias de
manipulación sutil, el control de conflictos, la implantación de símbolos
arquetípicos y el uso de puntos geográficos estratégicos, estas entidades han
moldeado la civilización y la conciencia. Las similitudes conceptuales y las
correspondencias en los eventos clave sugieren que los Arcontes pueden ser una
manifestación o una interpretación gnóstica de la influencia de los Anunnaki,
revelando un único telar cósmico de control sobre la existencia del Homo
sapiens, un control que resuena en la estructura holofractal y cuántica de
la realidad misma.
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